Desde la primera partida que jugué, me enamoré de Tony Hawk's Pro Skater: su música, su velocidad, los trucos y su física bizarra que me permitía saltar distancias imposibles y grindar aunque entrara en el rail de manera casi perpendicular. Pasaba horas enganchado. Conseguí todas las cintas secretas, los S-K-A-T-E, todo. Me convertí en EL AMO del juego, el mejor jugador de Tony Hawk sobre la tierra en sus cuatro primeras ediciones. Me sabía todos los especiales, podía hacerme tantísimos puntos como quisiera. Era El Mejor 5. Evidentemente el paso natural era convertirme yo mismo en un skater. Quiero decir, cómo no iba yo a poder hacer eso que se veía en los vídeos del juego. Parecía tan fácil.
Sin embargo, a medida que yo me hacía mayor y perfeccionaba mi habilidad para caerme y sangrar, la saga fue perdiendo fuelle. Cada nueva edición después de Tony Hawk's Underground 6 era peor, más aburrida, menos emocionante. Cada entrega tenía menos calidad que la anterior hasta que al final solo alcanzaban a ser una caricatura, una burla insultante de aquel primer Tony Hawk que me mantenía pegado a la pantalla escuchando Superman de Goldfinger y que supuso la ignición de mi vida sobre una tabla. Los años pasaron, y aunque yo seguía amando la tabla, mi interés por los juegos de skate se diluía hasta perderse como un pedo en un concierto de hardcore. Ya no eran divertidos, no molaban tanto como marcarse unos trucos auténticos ni transmitían emoción alguna que se asemejara de cualquier forma a patinar de verdad. Dicho de otra forma: los juegos de skate ya no trataban sobre el skate.
Pasó mucho tiempo hasta que volví a coger en mis manos un mando para jugar a un juego de skate.
Había leído multitud de veces acerca de él. Algunas personas me habían hablado bien, sobre todo de su extraño sistema de control. Su primera parte me había pillado pobre pero ahora, con una PS3 adornando mi salón, no había motivo para no probarlo. Fui a la tienda y me hice con una copia, la metí en la consola y a jugar. Pasando de las instrucciones, claro, que son para perdedores. No parecía gran cosa... ¡Qué demonios! ¿Por qué no podía saltar? No, no te bajes de la tabla. Joder... ¿Pero como que me caigo si tropiezo con el bordillo? ¿NO LO SUBE SOLO?
Tiré el mando al sofá, mosqueado, y me marché del salón. Volví a los cinco minutos.
Sin embargo, a medida que yo me hacía mayor y perfeccionaba mi habilidad para caerme y sangrar, la saga fue perdiendo fuelle. Cada nueva edición después de Tony Hawk's Underground 6 era peor, más aburrida, menos emocionante. Cada entrega tenía menos calidad que la anterior hasta que al final solo alcanzaban a ser una caricatura, una burla insultante de aquel primer Tony Hawk que me mantenía pegado a la pantalla escuchando Superman de Goldfinger y que supuso la ignición de mi vida sobre una tabla. Los años pasaron, y aunque yo seguía amando la tabla, mi interés por los juegos de skate se diluía hasta perderse como un pedo en un concierto de hardcore. Ya no eran divertidos, no molaban tanto como marcarse unos trucos auténticos ni transmitían emoción alguna que se asemejara de cualquier forma a patinar de verdad. Dicho de otra forma: los juegos de skate ya no trataban sobre el skate.
Pasó mucho tiempo hasta que volví a coger en mis manos un mando para jugar a un juego de skate.
Había leído multitud de veces acerca de él. Algunas personas me habían hablado bien, sobre todo de su extraño sistema de control. Su primera parte me había pillado pobre pero ahora, con una PS3 adornando mi salón, no había motivo para no probarlo. Fui a la tienda y me hice con una copia, la metí en la consola y a jugar. Pasando de las instrucciones, claro, que son para perdedores. No parecía gran cosa... ¡Qué demonios! ¿Por qué no podía saltar? No, no te bajes de la tabla. Joder... ¿Pero como que me caigo si tropiezo con el bordillo? ¿NO LO SUBE SOLO?
Tiré el mando al sofá, mosqueado, y me marché del salón. Volví a los cinco minutos.
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